Este 19
de mayo se conmemora el nacimiento de Ho Chi Minh. Mi amigo Adanelio Benavides
Ramos escribe otro interesante testimonio de la guerra de Viet Nam y el gran
líder vietnamita.
Helados
y bombas
Todo el año 1967 fue un año duro y cruento para
la parte norte de Viet Nam. El gobierno de Washington mostraba desesperación y
escalaba la guerra ante la ejemplar resistencia vietnamita en ambas regiones
del país, separadas artificialmente por el paralelo 17.
La aviación yanqui lo atacaba todo: lo móvil
y lo inmóvil, todo lo vivo, todo lo que respirara, todo lo que se moviera.
Hacia cualquier dirección a la que uno se
dirigiera lo seguían (o lo esperaban) explosiones de bombas de distintas formas
y calibres, incluyendo las de balines y las de 3 mil libras, lanzadas por
cualquiera de sus aviones de asalto: que si F4-H, que si F105, que si A D-6.
Este último especialmente diseñado para
volar y atacar en cualquier situación meteorológica, pues en Viet Nam, en el
otoño, solían -y suelen- formarse enormes y gruesas capas de nubes que en
ocasiones impiden visualizar bien los objetivos en tierra. Al A D-6 también lo
llamaban “intruder” (intruso). Pero en el verano esos cúmulos se disipaban en
torrentes lluviosos bajo los cálidos rayos del sol.
Los meses de abril y mayo fueron muy tensos
en la capital vietnamita, dados los brutales bombardeos norteamericanos que a
cualquier hora del día y de la noche arrojaban sus mortíferos artefactos.
Los cubanos presentes vivíamos un añadido de
tensión, ya que a principios de abril en la provincia de Thanh Hoa, un grupo de
estudiantes latinoamericanos, que visitaban solidariamente Viet Nam, fue
atacado por un F4-H (Phantom) resultando heridos el puertorriqueño José Rafael
Varona (Fefel) y el dominicano Danilo Hernández. El primero falleció 11 meses después
en un hospital militar de Moscú.
Era la segunda vez que los antillanos vivíamos desde muy
cerca una dolorosa experiencia, pues en el verano de 1966 (19 de julio) 6
camaradas habían caído cumpliendo sus tareas en áreas combativas alrededor de
Hanoi.
El conocido mes de las flores entró duro y
violento, pero todos sabíamos, en especial los vietnamitas, que una fecha
importante, bonita y trascendente, se acercaba inexorablemente. La torpe
inteligencia militar norteamericana también lo sabía. Fidel Castro estaba al
tanto: 19 de mayo, cumpleaños 77 de Ho Chi Minh.
El criminal y agresivo imperio
norteamericano regaló al venerable anciano una andanada de bombas; los sobrinos
del Tío Ho le obsequiaron con derroche de heroísmo y audacia en combates en
todo el país.
Y el Comandante en Jefe como siempre, nos
hizo quedar bien; pues el querido Presidente-líder-poeta, aquel que en las
frías noches de Londres, siendo pinche de cocina, compartía su pedazo de bistec
con un mendigo desconocido, el que batió a los japoneses en 23 días y fundó la
RDV en 1945; aquel que rindió a los franceses de la Legión extranjera en el
Valle de Dien Bien Phu en 1954; el que con un poema desató en 1968 la Ofensiva
del Têt, y entró raudo y diligente en Saigón el 30 de abril de 1975 en la mente
y los corazones de sus maravillosos sobrinos-soldados, no salía de su asombro
ante el original, colorido y delicioso regalo: tenía ante sí todos los sabores
de Helados Coppelia de la época.
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