Llevaba solo un año de vida laboral y era
una joven de apenas 18 cuando me propusieron trabajar como auxiliar en la biblioteca del organismo en que trabajaba.
La idea me encantó; pues había nacido y me
había criado por las salas de la Biblioteca Nacional José Martí y libros,
letras, lecturas y bibliotecas corrían por mis venas. Mis padres, también mi
hermana años más tarde, hasta el final de sus días, trabajaron en esa
prestigiosa institución.
Cada día iba aprendiendo todo sobre libros,
revistas, folletos.
Me superé, fui pasando cuantos cursos caían
en mis manos. Clasifiqué, catalogué, hice referencias, atendí a los usuarios
que llegaban buscando diversos temas. Aprendí, aprendí mucho de toda la
información que manejaba.
Años después pasé a trabajar a un Centro de
Documentación donde me enamoré de las fotos, negativos, periódicos, revistas,
documentos. Ahí he pasado casi toda mi vida junto a los grandes anaqueles
repletos de papeles con los que aprendí historia, cultura, ciencias,
literatura, política, geografía y mucho más.
Me volví adicta a los tesoros del saber y a
esas instituciones imprescindibles que te colman de sabiduría y amor. Aprendí
las nuevas tecnologías, digitalización, Internet, indización, bases de datos,
discos… y me hice especialista.