miércoles, 27 de abril de 2016

Añorado Mandarín


Fotos de José Manuel Correa

Siempre que visito este lugar no puedo evitar la nostalgia en mi memoria. Me transporto en el tiempo a mi infancia cuando mis padres me llevaban a almorzar, al menos una vez al mes. Los platos que no podían faltar en el pedido eran arroz frito, sopa y maripositas chinas.
Ir a La Rampa a almorzar al restaurante Mandarín era para mí y mis hermanos una delicia. Desde mi pequeña estatura admiraba con asombro y rareza la belleza de la decoración del lugar, la pintura del dragón en la pared, las lámparas, el color de las cortinas, todos los detalles alegóricos a lo que su tradición representa.
La elaboración de la comida, al modo de la exquisita cocina tradicional china, incluyendo en las mesas sus aderezos y salsas para emplear según los gustos de cada cual.
Siempre que vuelvo no puedo evitar hacer comparaciones de ahora y de antes… y me digo -que antes era antes y ahora es ahora-, pero me doy cuenta que lo hago para tratar de convencerme a mí misma de algo que no es, de querer justificar lo injustificable, para no manchar ni opacar aquellos lindos recuerdos que no puedo detener, defender la evocación a toda costa contra la mala práctica o chabacanería en el servicio. Cada vez que visito el lugar quiero protegerlo, aún, cuando han pasado más de 50 años y nada allí es como antes.
Volví este último sábado y no pude evitar una mezcla de indignación y de tristeza  al ver cómo se muere a cada instante aquel pedacito asiático que pretende sobrevivir en pleno corazón del Vedado habanero.
Las mesas montadas con servilletas y manteles manchados de grasa. Ninguna mesa tenía angarillas ni saleros-pimenteros.  
No aplican las técnicas de gastronomía, no usan bandejas para poner y retirar el servicio de platos y bebidas. Lo hacen amontonándolos uno encima de otros en la propia mesa y delante del propio comensal.
La vajilla no corresponde con lo que allí se oferta y la calidad y presentación de la comida no es buena.
Solicité la sal y había  un solo salero en el salón, -incluso para salar las ensaladas de estación que salían en los pedidos desde la cocina-, la dependienta retiró el salero de otra mesa para ponerlo en la nuestra. Luego sin pedir permiso, o preguntar si habíamos terminado lo retiró para condimentar una ensalada que servía de un pedido.
Y pregunto, para aliviar mi tristeza, es mucho pedir poner sal en cada mesa?
Y pregunto, para aliviar mi indignación, es mucho pedir que esa joven que se forma ahora, que recién comienza, aplique las técnicas de gastronomía necesarias para trabajar como dependiente y las normas elementales de cortesía como permiso, ya usted terminó, o puedo retirar el servicio?.
Y pregunto, para poder seguir defendiendo y recordando los buenos momentos disfrutados ahí, el capitán no es capaz de controlar y exigir que cada trabajador cumpla con lo que está establecido en gastronomía?
La protección al consumidor incluye la calidad de los productos y servicios. Lo que estamos pagando son precios nada baratos, pero aún así lo más importante es recibir eficacia y atención esmerada.
Tenemos que seguir sufriendo la falta de supervisión por parte de los responsables para que cada consumidor tenga el trato que merece?
 Y sigo preguntando, tendrá que asumir un particular la gerencia del lugar para que funcione bien, a riesgo de cambiar su esencia y tradición?
A riesgo que eso implique que ya no podamos volver nunca más por no poder pagar los altos precios?
Una última pregunta, la calidad y el buen trato en los servicios de comercio y gastronomía implica que el lugar tenga que ser particular y tener precios inalcanzables?
El bloqueo no es solo económico, el bloqueo es también humano, y ese, lo tenemos que resolver nosotros y rápido, antes que acabemos con los recuerdos.
El derecho a perpetuar los buenos momentos, defender lo bien hecho y mantener la memoria viva, es de todos.