Fotos de José Manuel Correa |
Siempre que visito este lugar no puedo evitar la nostalgia en mi memoria.
Me transporto en el tiempo a mi infancia cuando mis padres me llevaban a
almorzar, al menos una vez al mes. Los platos que no podían faltar en el pedido
eran arroz frito, sopa y maripositas chinas.
Ir a La Rampa
a almorzar al restaurante Mandarín era para mí y mis hermanos una delicia.
Desde mi pequeña estatura admiraba con asombro y rareza la belleza de la
decoración del lugar, la pintura del dragón en la pared, las lámparas, el color
de las cortinas, todos los detalles alegóricos a lo que su tradición
representa.
La elaboración de la comida, al modo de la exquisita cocina tradicional
china, incluyendo en las mesas sus aderezos y salsas para emplear según los
gustos de cada cual.
Siempre que vuelvo no puedo evitar hacer comparaciones de ahora y de
antes… y me digo -que antes era antes y ahora es ahora-, pero me doy cuenta que
lo hago para tratar de convencerme a mí misma de algo que no es, de querer
justificar lo injustificable, para no manchar ni opacar aquellos lindos
recuerdos que no puedo detener, defender la evocación a toda costa contra la mala
práctica o chabacanería en el servicio. Cada vez que visito el lugar quiero
protegerlo, aún, cuando han pasado más de 50 años y nada allí es como antes.
Volví este último sábado y no pude evitar una mezcla de indignación y de
tristeza al ver cómo se muere a cada
instante aquel pedacito asiático que pretende sobrevivir en pleno corazón del
Vedado habanero.
Las mesas montadas con servilletas y manteles manchados de grasa. Ninguna
mesa tenía angarillas ni saleros-pimenteros.
No aplican las técnicas de gastronomía, no usan bandejas para poner y
retirar el servicio de platos y bebidas. Lo hacen amontonándolos uno encima de
otros en la propia mesa y delante del propio comensal.
La vajilla no corresponde con lo que allí se oferta y la calidad y
presentación de la comida no es buena.
Solicité la sal y había un solo
salero en el salón, -incluso para salar las ensaladas de estación que salían en
los pedidos desde la cocina-, la dependienta retiró el salero de otra mesa para
ponerlo en la nuestra. Luego sin pedir permiso, o preguntar si habíamos
terminado lo retiró para condimentar una ensalada que servía de un pedido.
Y pregunto, para aliviar mi tristeza, es mucho pedir poner sal en cada
mesa?
Y pregunto, para aliviar mi indignación, es mucho pedir que esa joven
que se forma ahora, que recién comienza, aplique las técnicas de gastronomía
necesarias para trabajar como dependiente y las normas elementales de cortesía
como permiso, ya usted terminó, o puedo retirar el servicio?.
Y pregunto, para poder seguir defendiendo y recordando los buenos
momentos disfrutados ahí, el capitán no es capaz de controlar y exigir que cada
trabajador cumpla con lo que está establecido en gastronomía?
La protección al consumidor incluye la calidad de los productos y servicios. Lo que estamos
pagando son precios nada baratos, pero aún así lo más importante es recibir eficacia
y atención esmerada.
Tenemos que seguir sufriendo la falta de supervisión por parte de los
responsables para que cada consumidor tenga el trato que merece?
Y sigo preguntando, tendrá que
asumir un particular la gerencia del lugar para que funcione bien, a riesgo de
cambiar su esencia y tradición?
A riesgo que eso implique que ya no podamos volver nunca más por no
poder pagar los altos precios?
Una última pregunta, la calidad y el buen trato en los servicios de
comercio y gastronomía implica que el lugar tenga que ser particular y tener
precios inalcanzables?
El bloqueo no es solo económico, el bloqueo es también humano, y ese, lo
tenemos que resolver nosotros y rápido, antes que acabemos con los recuerdos.
El derecho a perpetuar los buenos momentos, defender lo bien hecho y
mantener la memoria viva, es de todos.